La ley del Amor Aurico.
Azucena en un instante cruzo la sala y aún tuvo tiempo de
arreglarse el pelo y poner su mejor sonrisa para recibir con ella a Rodrigo. Sonrisa que Rodrigo nunca vio, pues en cuanto puso sus ojos
en los suyos se dio inicio al más maravilloso de los encuentros: el de dos
almas gemelas, en el que las cuestiones del cuerpo físico pasan a ocupar un
nivel inferior. El calor de los ojos de
los enamorados derrite la barrera que la carne impone y los deja pasar de lleno
a la contemplación del alma, alma que al ser idéntica reconoce la energía del
compañero como propia. El reconocimiento empieza en los centros receptores del
cuerpo humano: los chakras. Existen siete chakras, a cada uno le corresponde un
sonido en la escala musical y un color del arcoíris, cuando son activados por
la energía del alma gemela, vibran a todo su potencial y producen un sonido. Obviamente
en el caso de las almas gemelas cada chakra resuena y es al mismo tiempo el
resonador del chakra de su compañero. Estos dos sonidos idénticos, armonizados,
generan una sutil energía que circula por la espina dorsal, sube hasta el
centro del cerebro, y de ahí es lanzada
hacia arriba, desde donde inmediatamente después cae convertida en una cortina
de color que baña el aura de arriba abajo.
Durante el apareamiento de almas, Azucena y Rodrigo
repitieron este mecanismo con cada uno de sus chakras, hasta que el llegó el
momento en que su campo áurico formaba un arcoiris completo y sus chakras
entonaban una melodía maravillosa, parecida a la que emiten los planetas del
sistema solar en su trayectoria. Existe una diferencia abismal entre los apareamientos de
cuerpos de almas diferentes y los de cuerpos de almas gemelas. En el primer
caso hay una urgencia por la posesión física, y por más intensa que llegue a
ser la relación siempre va a estar condicionada por la materia. Nunca se
lograra la comunión de almas por más afinidad que haya entre ellas. A lo más
que puede llegar es a obtener un enorme placer físico, pero no pasa de ahí.