La atmósfera que se describe en Luvina está
impregnada de una esencia fantasmagórica y, al mismo tiempo, de una gran
tristeza. Juan Rulfo, en este cuento, describe el ambiente del pueblo de San
Juan Luvina, rodeado por la miseria y la muerte. Es un lugar en el que
cualquiera que se atreva a cruzar sus límites vivirá sentenciado por la
pesadumbre.
“Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un
lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el
lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa, como si a toda la
gente le hubieran entablado la cara. Y usted, si quiere, puede ver esa tristeza
a la hora que quiera” (Juan Rulfo, Pedro Páramo y El llano en llamas. Luvina,
editorial Planeta, página 174).
Luvina consume
todo lo que pisa sus terrenos. Se chupa la vida y seca las almas de todo ser
vivo. “Allá viví. Allá dejé la vida… Fui a ese lugar con mis ilusiones cabales
y volví viejo y acabado”. En Luvina habita un viento que sólo arrastra
un aroma de muerte, que aterroriza a todo aquel que lo escucha. Es como si el
pueblo estuviera maldito. En ese lugar la vida está negada. Sus habitantes
poseen una personalidad que confunde, como si fueran espectros que están
condenados a habitar dentro del infierno; pero éste es un infierno terrenal.
San Juan Luvina
es un pueblo lúgubre donde no hay cabida para la esperanza. Ahí todas las
ilusiones están muertas, como las personas que alguna vez pudieron anhelar un
suspiro de consuelo, y que en vez de dirigir su camino hacia una mejor
existencia se tuerce, abruptamente, alrededor de la esperada muerte, esa muerte
que es tan deseada por las personas que en ella ven el único medio para la
liberación del gran sufrimiento que de Luvina nace.
“Nadie lleva la cuenta de las horas ni a nadie le preocupa
cómo van amontonándose los años. Los días comienzan y se acaban. Luego viene la
noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es
una esperanza” (página 177).
La soledad de Luvina es dolorosa. Su paisaje,
grisáceo. Pero el viento que emana del fondo de la barranca es el más temible.
Es como si tuviera voluntad propia. El viento de Luvina es como el alma
maligna del cerro que somete y aterroriza a sus habitantes. Este soplo gris que
penetra hasta los huesos, que fulmina el espíritu de quien lo inhala, que apaga
el color de la vida y lo maquilla dejando un tono de aflicción, es el ser que
vive dentro de Luvina.
“Dicen los de allí que cuando llena la luna, ven de bulto la
figura del viento recorriendo las calles de Luvina, llevando a rastras
una cobija negra; pero yo siempre lo que llegué a ver, cuando había luna en Luvina,
fue la imagen del desconsuelo… Siempre” (página 174).
Este cuento no sólo hace referencia a un mundo que se
encuentra encapsulado en una dimensión que es temida por muchos, es la fatal
realidad que viven día con día los hombres del campo, una realidad devastadora,
como ese viento aterrador que ronda el pueblo de Luvina, y es el hambre
y la miseria que viven los campesinos de nuestro país desde hace mucho tiempo y
que al enfrentarnos a esa verdad por medio de la lectura nos parece
escalofriante. Ese mismo sufrimiento lo transmite Juan Rulfo por medio de este
maravilloso relato, y es que el hambre duele y la pobreza se convierte en un
animal que devora todo lo que a su paso se encuentra y que desconoce sexos y
edades.
Lo que en Luvina se exalta es la miseria de la
existencia y el mejor remedio que existe para ese mal se encuentra en la no
existencia, en la muerte; esa muerte que promete parar el sufrimiento de todos
esos hombres y mujeres que deambulan por las calles del pueblo como ánimas en
pena, que ni siquiera tienen rostro.
En Luvina ni la fe ampara a sus más fieles creyentes,
no hay esperanza de nada. “Al atardecer, cuando el sol alumbraba sólo las
puntas de los cerros, fuimos a buscarla. Anduvimos por los callejones de Luvina,
hasta que la encontramos metida en la iglesia. Allí no había a quién rezarle.
Era un jacalón vacío, sin puertas, nada más con unos socavones abiertos y un
techo resquebrajado por donde se colaba el aire como por un cedazo” (página
175).
El pueblo de San Juan Luvina hace recordar esas
regiones de México que viven subyugadas y relegadas por la extrema pobreza y
que a pesar de ubicarse dentro del mismo territorio parece que habitan otro
mundo. Zonas en las que sólo se pueden encontrar ancianos casi moribundos y
mujeres solitarias acompañadas por sus pequeños hijos que desde muy temprana
edad tienen que enfrentarse a las rudas labores del campo, para poder llevar el
alimento necesario a sus bocas. Estas personas son las mismas que se enfrentan
a esa atmósfera de miseria en la que la tierra ya no da más para sembrar porque
se ha vuelto estéril.
Todo esto es Luvina, un poblado donde la vida ya no
puede dar fruto alguno y la esperanza está muerta. Luvina no sólo es un
cuento que parece relatar la historia de un pueblo fantasma, es la ficción
literaria que nace de la brutal realidad. Es el retrato de una vida miserable.