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El Jazz es la única música en la que la misma nota puede ser tocada noche tras noche, pero cada vez de manera diferente.Ornette Coleman

sábado, 4 de octubre de 2014

Las Batallas En el desierto

Empezemos con las reseñas de libros con este hermoso y nostalgco relato:




Las Batallas en el Desierto

“Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquél?; Ya había supermercados
pero no televisión, radio tan sólo: Las aventuras de Carlos Lacroix, Tarzán, El Llanero
Solitario, La Legión de los Madrugadores, Los Niños Catedráticos, Leyendas de las
calles de México, Panseco, El Doctor I.Q., La Doctora Corazón desde su Clínica de
Almas. Paco Malgesto narraba las corridas de toros, Carlos Albert era el cronista de
futbol, el Mago Septién trasmitía el beisbol. Circulaban los primeros coches producidos
después de la guerra: Packard, Cadillac, Buick, Chrysler, Mercury, Hudson, Pontiac,
Dodge, Plymouth, De Soto. Íbamos a ver películas de Errol Flynn y Tyrone Power, a
matinés con una de episodios completa: La invasión de Mongo era mi predilecta.
Estaban de moda Sin ti, La rondalla, La burrita, La múcura, Amorcito Corazón. Volvía a
sonar en todas partes un antiguo bolero puertorriqueño: Por alto esté el cielo en el
mundo, por hondo que sea el mar profundo, no habrá una barrera en el mundo que mi
amor profundo no rompa por ti.
Fue el año de la poliomielitis: escuelas llenas de niños con aparatos
ortopédicos; de la fiebre aftosa: en todo el país fusilaban por decenas de miles reses
enfermas; de las inundaciones: el centro de la ciudad se convertía otra vez en laguna,
la gente iba por las calles en lancha. Dicen que con la próxima tormenta estallará el
Canal del Desagüe y anegará la capital. Qué importa, contestaba mi hermano, si bajo
el régimen de Miguel Alemán ya vivimos hundidos en la mierda.
La cara del Señorpresidente en dondequiera: dibujos inmensos, retratos
idealizados, fotos ubicuas, alegorías del progreso con Miguel Alemán como Dios Padre,
caricaturas laudatorias, monumentos. Adulación pública, insaciable maledicencia
privada. Escribíamos mil veces en el cuaderno de castigos: Debo ser obediente, debo
ser obediente, debo ser obediente con mis padres y con mis maestros. Nos enseñaban
historia patria, lengua nacional, geografía del DF: los ríos (aún quedaban ríos), las
montañas (se veían las montañas). Era el mundo antiguo.

Asi es como empieza novela deJosé Emilio Pacheco, publicada en 1981. Las batallas en el desierto . Narra la historia de Carlos, un niño de ocho años, en el contexto sociopolítico del México de la postguerra, habitante de la Colonia Roma, en la Ciudad de México. La historia de Carlos se ve enmarcada en su contexto social y político del México de los años 40. Al inicio de la post guerra y del nacimiento de la generación del Baby Boom. Describe los problemas del gobierno de Miguel Alemán, la influencia en la cultura popular proveniente de Estados Unidos, así como la moral ambivalente presente en ese tiempo.
Mencionando a personajes como Tin Tan, Pedro Infante, entre otros, a los cambios tecnológicos: automóviles, aparatos electrodomésticos y a los nuevos hábitos de consumo: refrescos embotellados, pan de barra, salsa "ketchup" que llegaban de los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Carlos vive en la colonia Roma de la Ciudad de México, asentamiento de una numerosa colonia extranjera árabe, judía y oriental, así como de mexicanos provenientes de diferentes ciudades del país.
Esta novela no solo habla del amor de Carlos sino que también trata acerca de la corrupción social y política del país, el inicio del México moderno y la desaparición del tradicional y la transformación de la ciudadanía ante este cambio del país.


 Los mayores se quejaban de
la inflación, los cambios, el tránsito, la inmoralidad, el ruido, la delincuencia, el exceso
de gente, la mendicidad, los extranjeros, la corrupción, el enriquecimiento sin límite de
unos cuantos y la miseria de casi todos.
Decían los periódicos: El mundo atraviesa por un momento angustioso. El
espectro de la guerra final se proyecta en el horizonte. El símbolo sombrío de nuestro
tiempo es el hongo atómico...

Sin embargo había esperanza
Nuestros libros de texto afirmaban: Visto en el mapa México tiene forma de cornucopia 
o cuerno de la abundancia. Para el impensable año dos mil se auguraba -sin especificar 
cómo íbamos a lograrlo- un porvenir de plenitud y bienestar universales. Ciudades limpias, 
sin injusticia, sin pobres, sin violencia, sin congestiones, sin basura. 
Para cada familia una casa ultramoderna y aerodinámica (palabras de la época). 
A nadie le faltaría nada. Las máquinas harían todo el trabajo. Calles repletas de árboles y fuentes, 
cruzadas por vehículos sin humo ni estruendo ni posibilidad de colisiones.
El paraíso en la tierra. La utopía al fin conquistada…

El nombre "las batallas en el desierto" alude a la guerra que culminó en la formación del Estado de Israel, en 1948. Así mismo, es el juego en el que niños de diferentes orígenes étnicos se enfrentan a la hora del recreo en las escuelas primarias de la Colonia Roma

En los recreos comíamos tortas de nata que no se volverán a ver jamás.
Jugábamos en dos bandos: árabes y judíos. Acababa de establecerse Israel y había
guerra contra la Liga Árabe. Los niños que de verdad eran árabes y judíos sólo se
hablaban para insultarse y pelear. Bernardo Mondragón, nuestro profesor, les decía:
Ustedes nacieron aquí. Son tan mexicanos como sus compañeros. No hereden el odio.
Después de cuanto acaba de pasar (las infinitas matanzas, los campos de exterminio,
la bomba atómica, los millones y millones de muertos), el mundo de mañana, el
mundo en el que ustedes serán hombres, debe ser un sitio de paz, un lugar sin
crímenes y sin infamias. En las filas de atrás sonaba una risita. Mondragón nos
observaba tristísimo, se preguntaba qué iba a ser de nosotros con los años, cuántos
males y cuántas catástrofes aún estarían por delante…


En la escuela, Carlos se hace amigo de Jim, un niño nacido en los Estados Unidos. Un día, Jim invita a Carlos a comer a su casa; ahí Carlos conoce a Mariana, la madre de Jim, una guapa mujer de veintiocho años de quien el pequeño Carlos se enamora perdidamente. Jim es hijo natural de un periodista estadounidense que no quiso reconocerlo y Mariana es amante de varios prominentes políticos mexicanos, pero ambas circunstancias se las oculta a su hijo.

Nunca pensé que la madre de Jim fuera tan joven, tan elegante y sobre todo
tan hermosa. No supe qué decirle. No puedo describir lo que sentí cuando ella me dio
la mano. Me hubiera gustado quedarme allí mirándola. Pasen por favor al cuarto de
Jim.…

Pasen a merendar, dijo Mariana. Y nos sentamos. Yo frente a ella, mirándola. No
sabía qué hacer: no probar bocado o devorarlo todo para halagarla. Si como, pensará
que estoy hambriento; si no como, creerá que no me gusta lo que hizo. Mastica
despacio, no hables con la boca llena. ¿De qué podemos conversar? Por fortuna
Mariana rompe el silencio. ¿Qué te parecen? Les dicen Flying Saucers: platos
voladores, sándwiches asados en este aparato. Me encantan, señora, nunca había
comido nada tan delicioso. Pan Bimbo, jamón, queso Kraft, tocino, mantequilla,
ketchup, mayonesa, mostaza. Eran todo lo contrario del pozole, la birria, las tostadas
de pata, el chicharrón en salsa verde que hacía mi madre. ¿Quieres más platos
voladores? Con mucho gusto te los preparo. No, mil gracias, señora. Están riquísimos
pero de verdad no se moleste…

Al escuchar el otro bolero que nada tenía que ver con el de Ravel, me
llamó la atención la letra. Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar
profundo. Miré la avenida Álvaro Obregón y me dije: Voy a guardar intacto el recuerdo de
este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Un día
lo veré como la más remota prehistoria. Voy a conservarlo entero porque hoy me
enamoré de Mariana. ¿Qué va a pasar? No pasará nada. Es imposible que algo suceda.
¿Qué haré? ¿Cambiarme de escuela para no ver a Jim y por tanto no ver a Mariana?
¿Buscar a una niña de mi edad? Pero a mi edad nadie puede buscar a ninguna niña. Lo
único que puede es enamorarse en secreto, en silencio, como yo de Mariana.
Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza…

Un día Carlos decidió decirle a la mamá de Jim, así que se escapa de la escuela sin permiso para ir a la casa de Mariana y confesárselo, pero la mayoría de la gente que lo conoce se dieron cuenta de este suceso y lo discriminaron por este mismo. Después de que los padres de Carlos se enteraron de lo sucedido, lo obligan a confesarse ante la iglesia e ir a un consultorio psiquiatrico, en donde después de su examen psicológico se dan diagnósticos contrarios por los doctores. Carlos se queja de que nadie comprenda el significado de su confesión de amor hacia Mariana. Para su madre es un escándalo y un insulto a la moral y a su decencia. Para su padre, Carlos está mal de la cabeza. El sacerdote sólo se preocupa de verificar si el niño no cometió pecados contra la pureza (lujuria o masturbación) y su hermano Héctor (un aventurero empedernido que hostiga hasta a las empleadas domésticas) está intrigado por saber si Carlos al menos intentó alguna aventura sexual con Mariana. No solo con sus papás le trajo problemas sino también con su amigo Jim que de ser su mejor amigo paso a hacer su enemigo.

Entré en la nueva escuela. No conocía a nadie. Una vez más fui el intruso
extranjero. No había árabes ni judíos ni becarios pobres ni batallas en el desierto
-aunque sí, como siempre, inglés obligatorio. Las primeras semanas resultaron
infernales. Pensaba todo el tiempo en Mariana. Mis padres creyeron que me habían
curado el castigo, la confesión, las pruebas psicológicas de las que nunca pude
enterarme. Sin embargo, a escondidas y con gran asombro del periodiquero, compraba
Vea y Vodevil, practicaba los malos tactos sin conseguir el derrame. La imagen de
Mariana reaparecía por encima de Tongolele, Kalantán, Su Muy Key. No, no me había
curado: el amor es una enfermedad en un mundo en que lo único natural es el odio.
Desde luego no volví a ver a Jim. No me atrevía a acercarme a su casa ni a la
antigua escuela. Al pensar en Mariana el impulso de ir a su encuentro se mezclaba a la
sensación de molestia y ridículo. Qué estupidez meterme en un lío que pude haber
evitado con sólo resistirme a mi imbécil declaración de amor. Tarde para arrepentirme:
hice lo que debía y ni siquiera ahora, tantos años después, voy a negar que me
enamoré de Mariana…

Después de algún tiempo, Carlos encuentra a Rosales, el compañero más pobre de su antigua escuela con quien tuvo un pleito. Éste le cuenta a Carlos el rumor de que Mariana se suicidó tras una discusión con su amante, un político. El padre biológico de Jim se lo ha llevado a San Francisco. Carlos no cree en lo que ha escuchado y va en busca de Mariana, pero no logra encontrar ninguna información acerca de ella o sobre Jim. Don Sindulfo, el portero del edificio, ya no está más; el departamento que ocuparon Jim y Mariana ahora está habitado por una familia humilde que no puede darle ninguna referencia sobre dónde se han ido su amigo y su amada y mucho menos confirmarle la supuesta muerte de Mariana.

Rosales, el niño más pobre de mi antigua escuela, hijo de la afanadora de un
hospital. Todo ocurrió en segundos. Bajé del Santa María ya en movimiento, Rosales
intentó escapar, fui a su alcance. Escena ridícula: Rosales, por favor, no tengas pena.
Está muy bien que trabajes (yo que nunca había trabajado). Ayudar a tu mamá no es
ninguna vergüenza, todo lo contrario (yo en el papel de la Doctora Corazón desde su
Clínica de Almas). Mira, ven, te invito un helado en La Bella Italia. No sabes cuánto
gusto me da verte (yo el magnánimo que a pesar de la devaluación y de la inflación
tenía dinero de sobra). Rosales hosco, pálido, retrocediendo. Hasta que al fin se detuvo
y me miró a los ojos…
Rosales tragó saliva, torta, sidral. Temí que se asfixiara. Bueno, Carlitos, es que,
mira, no sé cómo decirte: en nuestro salón se supo todo. ¿Qué es todo? Eso de la
mamá. Jim lo comentó con cada uno de nosotros. Te odia. Nos dio mucha risa lo que
hiciste. Qué loco. Para colmo, alguien te vio en la iglesia confesándote después de tu
declaración de amor. Y en alguna forma se corrió la voz de que te habían llevado con el
loquero.
No contesté. Rosales siguió comiendo en silencio. De pronto alzó la vista y me
miró: Yo no quería decirte, Carlitos, pero eso no es lo peor. No, que otro te diga.
Déjame acabarme mis tortas. Están riquísimas. Llevo un día sin comer. Mi mamá se
quedó sin trabajo porque trató de formar un sindicato en el hospital. Y el tipo que
ahora vive con ella dice que, como no soy hijo suyo, él no está obligado a
mantenerme. Rosales, de verdad lo siento; pero eso no es asunto mío y no tengo por
qué meterme.
Come lo que quieras y cuanto quieras -yo pago- pero dime qué es lo
peor. Bueno, Carlitos, es que me da mucha pena, no sabes. Anda ya de una vez, no
me chingues, Rosales; habla, di lo que me ibas a decir. Es que mira, Carlitos, no sé
cómo decirte: la mamá de Jim murió…

La trama concluye en que Carlos nunca logra saber si Mariana se suicidó o si sigue con vida; termina sin saber nada acerca de Jim, de Rosales o de alguien de aquella época. Tiempo después, todos los edificios en los que vivían los personajes de la historia son demolidos y Carlos no tiene otra opción más que recordar con nostalgia, no sólo a Mariana y a sus compañeros de clase de su época de niño, sino a la propia Ciudad de México en que sucedió la historia

Sólo estas ráfagas, estos destellos que vuelven con todo y las palabras exactas. Sólo aquella cancioncita que no volveré a escuchar nunca. Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar
profundo..

Jose Emilio Pacheco nació en la Ciudad de México el 30 de junio de 1939. Su obra fue reconocida muy pronto: desde la década de los cincuenta ya figuraba en antologías al lado de los grandes poetas de Latinoamérica. Estudió en La Universidad Nacional Autónoma de México. Además de haber publicado poesía y prosa y de ejercer una magistral labor como traductor, ha trabajado como director y editor de colecciones bibliográficas y diversas publicaciones y suplementos culturales. Dirigió, al lado de Carlos Monsiváis, el suplemento de la revista Estaciones; fue secretario de redacción de la Revista de la Universidad de México. Dirigió la colección Biblioteca del Estudiante Universitario. Ha sido docente en diversas universidades del mundo e investigador del INAH.
Entre su obra poética destaca: Los elementos de la noche (1963); El reposo del fuego (1966); No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969);Irás y no volverás (1973); Islas a la deriva (1976); Desde entonces (1980); Trabajos en el mar (1983). Todos estos libros fueron reunidos bajo el título Tarde o temprano. Algunos de sus textos en prosa son: El viento distante y otros relatos (1963), Morirás lejos (1967), El principio del placer (1972) y Batallas en el desierto (1981). Recibió varios premios entre los que caben citarse: Premio Nacional de Lingüística y Literatura 1992 y el José Asunción Silva al mejor libro de poemas en español publicado entre 1990 y 1995.



Fuente: www.wikipedia.org, www.elrincondelvago.com, www.aristeguinoticias.com

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